¿Cómo inició Diego Armando Maradona su pasión por el fútbol?

“Yo quería jugar”. Diego cumplía con sus deseos. A los mandados, al colegio, adonde fuera: iba él y algo redondo para ir jugando. El fútbol era parte del quinto de los Maradona Franco tanto como lo era su brazo. O su pierna. Siempre lo fue. La leyenda creció en las calles de Villa Florito, un barrio humilde de Lanús, donde había tiempo para jugar, aunque no tanto para comer. La infancia del ‘Pelusa’ fue dura, pero la combatió en familia, luchando, y siempre con una pelota.

Un amigo lo llevó a una prueba para entrar a Los Cebollitas, un anexo de las menores de Argentinos Juniors. Ese día de la prueba Diego la rompió. Los directivos no le creyeron que tenía 9 años. De hecho, hasta le pidieron sus documentos.

El chico solo quería jugar. Entonces le llegó la oportunidad: a los 15 años debutó en primera división. En 1978, dos años después, ya era goleador de la liga local. Repitió en 1979 y en 1980. Aquí había una joya consolidada.

SALTO A LAS GRANDES LIGAS

Nadie entendió por qué César Luis Menotti lo dejó fuera del mundial de 1978. Al ‘Pelusa’ le chocó, pero siguió remando. Al año siguiente se consagró campeón mundial con la selección Sub 20. Boca Juniors se lo llevó en 1981, donde jugó 40 partidos y anotó 21 goles.

A España ’82 sí llegó. Diego pensaba que ese sería su Mundial. Había soñado con aquel torneo desde niño. Llegó con ilusión y se fue bastante pateado. Le hicieron 50 faltas en cinco partidos. Solo Italia le pegó 23 veces. Insólito. Su fichaje por el Barcelona ya se había consolidado y hubo gran expectativa por verlo. Fue poco lo que pudo ofrecer.

UN NUEVO RENACER

Al club blaugrana llegó por unos 8 millones de euros actuales, un platal para aquella época. Fue difícil adaptarse. Cuando por fin sentía que volaba y haría volar a los compañeros, le cayó la marca más fuerte: una hepatitis. Y luego lesiones al tobillo y a la espalda. El Diego jugaba infiltrado mientras recibía el abucheo generalizado de la hinchada. No soportó más. En 1984, le dijo a su agente que busque otro equipo.

Fue así que se abrió la ventana del Nápoles. A diferencia de lo que pasó en Barcelona, la gente lo recibió con los brazos abiertos. Es más: fueron los hinchas los que ayudaron a pagar la cantidad de dinero que pidieron los españoles por su ficha. El ‘Pibe de Oro’ pagó tanto cariño con creces: después de que su nuevo equipo salvara la baja por tan solo un punto, los llevó a ganar sus dos primeros títulos de liga, una Copa de la UEFA y una Superliga italiana.

En medio, México ’86. La consagración.

Ese sí fue su Mundial. Hizo cinco goles y asistió en otros cinco. Bailó a medio mundo. Fue el más pateado de nuevo (53 faltas), pero a cambió se llevó el trofeo soñado. Por si fuera poco, dejó los dos goles más recordados en la historia de los mundiales, ambos contra Inglaterra por cuartos de final.
‘La mano de Dios’, aclamó el mundo. Un gol ilícito se convirtió en símbolo de su carrera, pero también aquel que hizo después, llevándose a seis rivales desde el medio campo. Quedó marcado ese día como ‘barrilete cósmico’. Regresó a Nápoles como rey, con el mundo a sus pies.

La aventura napolitana terminó en 1991, un año después de estrellarse en el mundial ante Alemania. Dos años después regresó a su país, donde comenzó su ocaso como jugador. Para aquel entonces, su vida tan llena de excesos ya le jugaba en contra.

Se retiró en 2001, diciéndole al mundo que “la pelota no se mancha”. Que se equivocó y pagó, pero que su lucha desde pequeño, regateando a la pobreza y a los vicios para convertirse en leyenda, es su mejor legado. El Diego solo quería jugar y se convirtió en un dios.

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